JMJ 2011 León: Materiales preparatorios para la llegada de la Cruz

29 de octubre de 2010

Materiales preparatorios para la llegada de la Cruz

Materiales preparatorios (2)

TRIDUO E
N HONOR DE LA SANTA CRUZ

La cruz es la señal del cristiano. Pero esa señal externa ha de ir acompañada de algunas señales
 interiores que reflejen esas actitudes con las que hacemos nuestro el espíritu que la cruz evoca. Al lado y a la sombra de la cruz de Jesucristo, reflexionamos brevemente sobre las tres actitud y virtudes que nos definen como cristianos: la fe, la esperanza y la caridad. Nuestras reflexiones siguen el esquema de breves catequesis: parten de la experiencia humana, evocan la enseñanza bíblica y nos devuelven a la existencia con la voluntad de modificarla.

1. La fe

La fe ha sido ridiculizada como si se tratara de un fácil recurso para los que son incapaces de actuar de acuerdo con la razón. Para muchos, la fe sería un fácil atajo para los desprovistos de capacidad intelectual para darse explicaciones sobre la vida y la naturaleza. En ese caso se olvida que la fe es, sobre todo, confianza. Otros pretenden mantener la fe, sin aceptar su espíritu. Se profesan “creyentes no practicantes” como si fuera posible tal incoherencia. Y otros actúan –también en nuestras hermandades y cofradías- como “practicantes no creyentes”.
a. Y, sin embargo, la fe es necesaria y exigente, fuente de vida y de energía. Hasta en el plano puramente humano necesitamos la fe. Nos apoyamos en un muro o en una silla, confiando en que soportará nuestro peso. Si no creyéramos en otras personas, no sólo sería imposible la amistad, el amor y el matrimonio, sino también las relaciones comerciales y aun la simple convivencia.
b. La revelación bíblica nos recuerda la fe de Abraham. Se fió de Dios y Dios salió fiador por él. María de Nazaret es saludada por su pariente Isabel como la “creyente”. Y el evangelio de Juan termina alabando a todos los que “creerán sin haber visto”. San Pablo nos recuerda que la cruz es para los judíos escándalo y para los griegos necedad, pero es fuerza de Dios para los que creemos en el Señor.
c. En consecuencia, quienes creemos en Jesús Nazareno, comprendemos nuestra fe como un don y una tarea. Como don que es, la pedimos humildemente cada día y la agradecemos a Dios. Creemos, pero pedimos al Señor que nos aumente la fe, como el padre del niño epiléptico curado por Jesús. Como tarea que nos ha sido confiada, procuramos alimentar la fe con la meditación de las Escrituras, vivirla y testimoniarla en la vida y difundirla en nuestra sociedad.

2. La esperanza




Nuestra sociedad mantiene una actitud ambigua ante la
esperanza. Por una parte dice estimarla y procura mantenerla con el anhelo de un futuro mejor. Pero por otra parte, la reduce a un fácil optimismo y la confunde con una ilusión meramente pasiva. Además, el espíritu de la postmodernidad aconseja a la persona olvidar el futuro y disfrutar del presente porque “eso es lo que hay”.  Ha olvidado la fuerza de “la niña esperanza”, a la que admiraba el mismo Dios en el poema de Charles Péguy.
a. Para San Isidoro, la esperanza  (spes) evocaba al pie (pes), es decir, la itinerancia, la decisión de mantenerse en camino. Aun en el plano estrictamente humano, necesitamos la esperanza en el futuro para poder proyectar el presente. Nadie plantaría un árbol ni escribiría un libro ni  engendraría un hijo si no esperara en el mañana. Por otro lado, sabemos que no sólo esperamos algo, sino que esperamos en alguien. Para ello necesitamos superar las grandes tentaciones de la presunción y la desesperación.

b. La revelación bíblica nos presenta como icono de la esperanza a los exploradores que Moisés envía a reconocer la tierra de Canaán. Diez de ellos regresan desalentando a su pueblo. Sólo Josué y Caleb traen a sus hermanos palabras de aliento y los mejores racimos de la tierra prometida. Sólo ellos podrán entrar en ella. Jesús se presenta a los enviados por Juan como el Mesías esperado, pero los discípulos son invitados  a esperar su manifestación final, manteniéndose en vela y en oración, en trabajo y caridad. Por eso dice Pablo en la carta a Tito que vivimos con sobriedad, justicia y piedad mientras aguardamos la manifestación del Señor. 
c. En consecuencia, podemos saludar a la cruz con la jaculatoria tradicional: “Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza”. Como a los discípulos de Emaús, la cruz nos libra de nuestras esperanzas egoístas y nos abre al misterio de la vida y al reconocimiento de Jesucristo. Por eso pedimos que, como personas y como comunidad, podamos ser signo y promesa de esperanza para nuestro mundo.

3. La caridad

En nuestro mundo, la “caridad” es considerada como una limosna que favorece alimenta el orgullo evasivo de quien la entrega  y no modifica la situación estructural que la motiva. No se la ve como una actitud humana y humanizadora. Para esa dimensión se pretende sustituirla por la “solidaridad”, que no deja de ser ambigua, a su vez.
a. En un plano simplemente humano, la persona necesita salir de sí misma para ser realmente humana. El egoísmo nos destruye. Quien comparte sus bienes, su tiempo y su existencia no se pierde sino que se gana a sí mismo.
b. En la revelación bíblica, los textos de Isaías nos recuerdan que el ayuno agradable a Dios es partir el pan con el hambriento. Jesús nos ha pedido amar gratuitamente, como el padre nos ha amado. Y San Pablo ha recogido en la primera carta a los Corintios un himno estupendo en el que la caridad se presenta vinculada a todas las mejores actitudes que hacen a la persona libre y generosa. Para San Juan, Dios es amor. Él nos ha amado primero. Y al amar a los demás no hacemos sino transmitir el amor que de Él recibimos.
c. En consecuencia, como ha escrito el papa Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est, vemos en la cruz de Jesucristo la revelación definitiva del amor de Dios y la invitación a hacer del amor la clave de nuestra vida personal y de toda nuestra sociedad. Ese amor de caridad de ninguna manera sustituye a la justicia, sino que la completa y humaniza. El amor cristiano no puede ser ideologizado ni convertido en una estrategia de partidos. Es libre y universal. Los hermanos y las hermandades han de ser distinguidas por el ejercicio concreta de esa caridad que viene de Dios. 

4. Celebración de la Santa Cruz


La celebración de la Exaltación de la Santa Cruz es un momento privilegiado para meditar la hondura y la seriedad de nuestra vida cristiana. Para los miembros de una Hermandad tan antigua y venerable es, además, la ocasión para renovar la profesión de lo que cree, lo que espera y lo que anuncia con su vida.
a. En el mundo de hoy la “provocación” se ha convertido en un ideal. Los escritores y los directores de películas tienen más éxito cuanto más provocadores sean. Es verdad que su provocación se dirige solamente contra los símbolos y los valores cristianos. Tal  provocación es barata y rentable a la vez.
b. Sin embargo, la gran provocación es la cruz. Llevarla al cuello, pasearla por nuestras ciudades y venerarla es proclamar la inocencia del Justo injustamente ajusticiado. Es valorar los valores por los que Él vivió y murió. Dar la razón a un condenado es negar la razón a quien lo condenó y sigue condenándolo.
c. En consecuencia, como cristianos aceptamos a Jesucristo como Salvador y veneramos su cruz como el signo de la salvación. Nos negamos a admitir otros salvadores y otra salvación. Y renunciamos a imponer más cruces sobre los hombros de los hombres. Como miembros de una Hermandad con tantos siglos de veneración a la Cruz del Nazareno nos comprometemos a vivir de este espíritu y a transmitirlo con decisión y humildad a las nuevas generaciones.


José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
Sevilla, 21-24 de septiembre de 2006


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